LA ESTRATEGIA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL - DECIMOSEXTA PARTE: LA CONTRAOFENSIVA ALIADA EN EL PACÍFICO (continuación)

19.07.2013 16:54

 

En la estrategia militar nipona hubo un factor que se hizo presente en todos los planes y que condujo al fracaso a la hora de la concreción de los mismos. Ese factor fue el total menosprecio del enemigo. Las rápidas victorias obtenidas desde el momento del ataque a Pearl Harbor acentuaron la sensación de invencibilidad de los japoneses. Eso los llevó a pensar que los EEUU permanecerían a la defensiva. También imaginaron que golpeando a las fuerzas armadas estadounidenses, el pueblo de ese país exigiría a su gobierno que buscara la paz.

 

Hubo otros factores que influyeron sobre las decisiones estratégicas japonesas. El ejército y la marina nipones no se ponían de acuerdo respecto a las futuras acciones militares. Los jefes de ejército sostenían que había que privilegiar la expansión continental en China y Manchuria y que las eventuales acciones en el mar debían estar al servicio de las operaciones en el continente.

 

En la propia armada nipona había disparidad de criterios. Mientras el Jefe de Estado Mayor, Osami Nagano, había querido evitar la guerra con los estadounidenses y hubiera preferido luchar solamente contra holandeses y británicos, uno de sus subordinados, Isoroku Yamamoto, lo había presionado para que aceptara el ataque a Pearl Harbor. Ahora Nagano quería dar por finalizada la ofensiva contra los EEUU y concentrarse en los británicos, pero el prestigio ganado por Yamamoto era grande. Mientras estas discrepancias persistían y se evaluaban las diferentes posibilidades, tuvo lugar un hecho que haría reaccionar a los mandos nipones.

 

Después del ataque a Pearl Harbor, el Presidente Roosevelt impulsó la búsqueda de alguna forma de golpear a Japón. Quería que los nipones supieran que los EEUU no permanecerían a la defensiva y que sintieran que ya no estaban seguros ni en su propio territorio. A su vez eso contribuiría a levantar la moral de los estadounidenses. La solicitud de Roosvelt implicaba poner en riesgo a los escasos portaaviones con que contaban los Estados Unidos. En ese momento había solo cinco de esas naves, por lo cual había que minimizar el riesgo de perder alguna. Para ello se optó por un plan muy poco ortodoxo.

 

Fue así que, el 18 de abril de 1942, dieciséis bombarderos B 25 Mitchell, que normalmente no operaban desde portaaviones, despegaron del portaaviones USS Hornet para atacar objetivos en Tokio y otras cinco ciudades japonesas, para luego volar hacia campos de aviación en China. Por razones que no viene al caso detallar aquí, algunos no llegaron a Asia continental. La incursión fue una importante victoria propagandística para los Estados Unidos. Otra consecuencia del bombardeo fue la firme resolución de apoyar el plan de ataque a Midway elaborado por el Estado Mayor de Yamamoto. La operación fue apoyada incluso por aquellos que antes se habían opuesto a la misma y tendría graves consecuencias para la armada imperial nipona.