LA ESTRATEGIA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL – QUINTA PARTE: LA INVASIÓN SOVIÉTICA DE FINLANDIA

24.04.2013 00:04

 

El sorpresivo pacto Mólotov-Ribbentrop, firmado el 23 de agosto de 1939, contenía un apéndice secreto por el cual Alemania y la Unión Soviética dividieron Europa del Este en esferas de influencia: Finlandia, Estonia, Letonia y según un ajuste posterior también Lituania, quedaron en la zona soviética. Tal como ya quedó claro, Polonia fue dividida entre las dos potencias firmantes. Tras la ocupación de “su” parte de Polonia, la Unión Soviética comenzó a presionar a Finlandia, Estonia, Letonia, y Lituania para que aceptaran la instalación de bases militares soviéticas en su suelo. Finalmente todos los estados, a excepción de Finlandia, firmaron pactos, eufemísticamente denominados "de defensa y ayuda mutua", permitiendo a la URSS estacionar tropas en esos países.

 

El 16 de junio de 1940, dos días después de la ocupación de París por parte de los alemanes, Moscú (en realidad el sanguinario dictador Stalin) acusó a los países bálticos de estar conspirando contra la URSS. Amenazando con una invasión y acusando a Estonia, Letonia y Lituania de violar los arriba mencionados pactos de ayuda mutua, la Unión Soviética presentó un ultimátum a cada uno de esos tres países exigiendo nuevas concesiones, que incluyeron el reemplazo de gobiernos y permiso de entrada en sus territorios de un número ilimitado de efectivos soviéticos. Dadas sus condiciones y sin apoyo externo, los gobiernos accedieron a las demandas sin ofrecer resistencia militar, al menos no una resistencia regular. A la ocupación soviética se opusieron movimientos de resistencia que operaron como guerrillas.

 

Finlandia por su parte no cedió a las presiones. Stalin estaba convencido de que tarde o temprano los finlandeses permitirían a los alemanes entrar en su territorio para atacar Leningrado y - según algunos historiadores - también el puerto ártico de Múrmansk, por lo que ordenó la invasión de ese país. La invasión de Finlandia comenzó el 30 de noviembre de 1939. El número de efectivos soviéticos era abrumadoramente superior al número de soldados finlandeses. Según informes fineses de esa época, la relación de fuerzas era de 10 a 1 a favor de los soviéticos. Otros citan la cifra de 800.000 hombres frente a 150.000. Los soviéticos también eran superiores en equipamiento y armamento, pero sus mandos eran incompetentes y sus soldados faltos de preparación. Estos dos últimos factores, unidos a la motivación, eficacia y organización de los finlandeses, dieron como resultado que los fineses  infligieran enormes pérdidas a las tropas de Stalin. Los finlandeses fueron estupendamente dirigidos por el Mariscal Carl Gustaf Mannerheim. Finalmente, tras algo más de cien días de lucha y la renovación de sus mandos, las fuerzas de Stalin lograron - al menos por un tiempo breve - agotar la resistencia finesa. El país tuvo que hacer concesiones territoriales, pero conservó su independencia y se ganó la simpatía y la buena voluntad internacionales. La derrota había sido honrosa.

 

Las pérdidas soviéticas en el frente finlandés fueron terribles y eso se reflejó en la posición internacional del país. La habilidad para el combate del Ejército Rojo fue puesta en duda. Ese hecho contribuyó muchísimo a que Hitler lanzara a sus ejércitos contra la Unión Soviética sin la debida preparación. Por otra parte, según algunos analistas y testigos de esa época, el error de apreciación cometido por Hitler en realidad fue producto de un engaño soviético. Abundaremos sobre este tema (muy poco tratado por la mayoría de los historiadores) en nuestro próximo capítulo. Después de todo, en la guerra el engaño puede convertirse en un arma estratégica.