REESTRUCTURACIÓN DEL EJÉRCITO BRITÁNICO – NUESTRO ANÁLISIS

06.07.2012 15:48

 

Si el ministro de Defensa británico, Philip Hammond, estuviera reestructurando el Ejército Británico en el marco de una política de desmilitarización generada en la convicción de que Gran Bretaña debe ser un país que en el futuro pretende recurrir a la diplomacia antes que a la guerra, al diálogo antes que al combate, a la ayuda antes que a la represalia, quienes escribimos el presente artículo, lo aplaudiríamos. Pero no es ese el caso.

 

El mismo hombre - y el gobierno para el que trabaja y del cual forma parte - ya firmaron los contratos para el diseño y el principio de la construcción de los submarinos que reemplazarán a los portadores de misiles balísticos clase Vanguard. Los mismos le asegurarán al Reino Unido conservar la capacidad de destruir la ciudad de Moscú sin necesidad de ayuda extranjera.

 

Philip Hammond y el gobierno al que pertenece, decidieron seguir adelante con la construcción de dos grandes portaaviones, más allá de que en el corto y mediano plazo - por razones técnicas y económicas - éstos solo podrán contar con una dotación reducida de aviones.

 

No podemos hablar entonces de que la reestructuración del British Army responda a un golpe de timón destinado a cambiar el curso de la historia británica. Los cambios parecen responder, más bien, a una doctrina económica y tal vez incluso a una coyuntura económico-financiera.

 

Aclarado esto, analicemos las consecuencias que traerá la reestructuración del Ejército Británico, aún cuando ya ni siquiera sabemos si es así como debemos llamarlo. Ahora estará constituido por dos fuerzas: una “De Reacción” y otra “Adaptable”. La segunda dependerá mucho de la reserva, de la versión reforzada de lo que ahora conocemos como Territorial Army.

 

En la actualidad el Territorial Army cuenta con 15.000 efectivos, que para el año 2020 deberían trepar a 30.000. Eso significa que 15.000 efectivos de la reserva, deberán sustituir a 20.000 efectivos que se perderán por la reestructuración. Como se sabe que eso no alcanzará, se recurriría a contratistas privados (parte de ellos posiblemente mercenarios lisos y llanos) y a países aliados.

 

Todo lo enunciado es como mínimo una apuesta arriesgada. Los reservista estarán disponibles o no, de acuerdo a la buena voluntad o a la falta de ella, de sus empleadores. Hammond ya aclaró que habrá que “apuntalar” la legislación vigente. Los dueños de pequeñas empresas ya expresaron su preocupación al respecto.

 

Por otra parte es difícil de creer que un reservista pueda sustituir a un soldado de tiempo completo. La experiencia de combate no se adquiere por ósmosis, se adquiere en el combate. Un entrenamiento prolongado, por muy duro y realista que sea, apenas puede dar las bases para adquirir la misma. Nada puede simular perfectamente los peligros y rigores de un combate real. Mucho menos el ámbito laboral civil. Habrá que ver entonces cuánta experiencia real podrá adquirir el reservista promedio y si eso es compatible con los elevados estándares del soldado británico actual.

 

El Ejército Británico tuvo usualmente un liderazgo sobresaliente, porque sus miembros disfrutaban de un estilo de vida decente, con comodidades para sus familias y hasta excelente educación para sus hijos. El pesimismo sobre el futuro está provocando el éxodo de los mejores hombres.

 

Pero eso no es todo y el propio Hammond lo admitió cuando dijo que “la moral es frágil”. A la incertidumbre se le suman algunas decisiones polémicas. Los ingleses afirman que ellos se llevaron la peor parte a la hora de la disolución de batallones de infantería y otras unidades. Lo escoceses salieron beneficiados por el temor de que tocándolos se fomentaría la propaganda independentista.

 

Podríamos seguir extendiéndonos en el artículo pero para muestra alcanza. Queremos hacer solo una consideración final como argentinos. La mayoría de las reestructuraciones se harán en los próximos dos o tres años, aunque sus consecuencias más duras durarán más. Los británicos no contarán con portaaviones probados y mínimamente dotados antes del 2020. Su número de submarinos está mermando y la construcción, prueba y entrada en servicio de la clase Astute se demora cada vez más.

 

El gobierno argentino tiene una excelente oportunidad de agregarle a su campaña diplomática por Malvinas cierta presión militar. Si bien se recuperaron algunas capacidades (no las suficientes) en el marco del Ejército, la Armada necesita de una modernización integral. La Fuerza Aérea Argentina es más problemática, pero algunas cosas pueden hacerse por ella aún en el corto plazo.

 

Si bien el contexto económico no es el ideal - pudo haberse hecho un poco más en tiempos de bonanza - todavía hay medidas que pueden tomarse. Reforzar los proyectos que se están llevando localmente es una de ellas. Posiblemente la principal, ya que actúa como factor multiplicador de la economía. Son algo más complejas las compras de material en el exterior, ya que la salud y la educación deben ser prioritarias. Aún así puede hacerse efectivo un programa inteligente de compras básicas.

 

Las FFAA argentinas, en especial el EA y la ARA, mostraron su inventiva, su espíritu de sacrificio y su profesionalismo para hacer frente a décadas de desinversión. Hay que aprovechar esa capacidad y esa buena voluntad y capitalizarlas. No sólo por la causa Malvinas, por un país riquísimo en todo tipo de recursos que despierta la codicia ajena. El poder político no debe temer. Las FFAA están plenamente subordinadas a él. Estamos frente a oportunidades históricas, no las desaprovechemos.