LA BATALLA DEL ATLÁNTICO - SEXTA PARTE: LAS ARMAS ANTISUBMARINAS
Las cargas de profundidad
Ésta es la más antigua de las armas antisubmarinas. Las primeras cargas de profundidad aparecieron durante la Primera Guerra Mundial, a mediados del año 1915. Las mismas explotaban a 14 metros de profundidad y eran usadas como complementarias de ataques por abordaje. Primero se intentaba hundir al sumergible enemigo embistiéndolo. Si eso fallaba se soltaban las cargas al pasar por encima del submarino en cuestión.
En su forma más primitiva la carga de profundidad consistía en un cilindro que contenía entre 150 y 300 kg de explosivo. Inicialmente se usó el TNT y posteriormente - hacia fines de 1942 - hizo su aparición el Torpex (RDX; TNT y aluminio pulverizado). Usualmente las cargas de la IIGM tenían un detonador fijado para activarse por presión hidráulica al alcanzar una determinada profundidad. Podían ser lanzadas tanto desde buques como aviones. Hacia el final de la guerra los estadounidenses diseñaron detonadores que actuaban al detectar el campo magnético del submarino, en forma totalmente independiente a la profundidad a la que éste se encontrara.
Durante la IIGM no fue un arma particularmente efectiva, pues usualmente se requería una elevada concentración de cargas en una zona reducida o un repetido lanzamiento durante largos períodos de tiempo para que fueran realmente efectivas. En abril de 1945 el U-427, al mando de Karl Gabriel von Gudenus, sobrevivió a un ataque en el cual se utilizaron 678 cargas de profundidad.
Para que causara daños, sin embargo, no era necesario el contacto. Una explosión que tuviera lugar a entre tres y cinco metros de distancia de un submarino bastaba para destruirlo. Era una prueba crítica para el temple de la tripulación de la nave atacada, ya que cada estallido cercano era una especie de poderoso golpe acústico que a la larga podía quebrar la resistencia emocional de uno o más tripulantes.
Generalmente era la onda expansiva en el agua lo que dañaba a los submarinos por vibraciones intensas, ya sea soltando pernos; estopes de presión u otros elementos similares en las uniones de las tuberías interiores o quebrando las baterías de las cuales podía emanar cloro (tóxico). Si una tripulación era experimentada, podía evitar las cargas de profundidad sumergiéndose al límite de la profundidad nominal del submarino.
Amén de los efectos psicológicos en las tripulaciones de los submarinos atacados, debemos abundar un poco en los efectos mecánicos. Las cargas de profundidad que explotaban por encima del submarino producían menos daños. Los mismos eran mayores, sobre todo cuando las cargas explotaban a uno o a ambos costados. Las explosiones a proa y a popa producían menos daños porque en proa y popa las estructuras del casco ofrecen más resistencia a la presión y oponen menos sección. Si la explosión se producía debajo del submarino, los daños solían ser graves. En ese caso a la onda expansiva se le añadían las burbujas de los gases de la explosión, que siempre tienden a salir a la superficie, por lo que empujan hacia arriba una gran masa de agua.
La mayoría de los submarinos hundidos por cargas de profundidad no lo fueron por un estallido cercano, sino por una acumulación de daños tras un ataque continuado con cientos de cargas de profundidad, aunque siempre es difícil ser contundente acerca de hechos que sucedieron debajo de la superficie del mar.
Como ya dijimos con anterioridad, uno de los inconvenientes de las cargas de profundidad era que la turbulencia que provocaba hacía inútil al ASDIC por varios minutos. Otro inconveniente era la imposibilidad de conocer el daño causado.